Rogelio Ruiz hace un repaso por la geografía asturiana y analiza numerosos edificios públicos -y algún privado- de ladrillo cuya arquitectura y uso del ladrillo son más que interesantes, nombrando prestigiosos arquitectos y analizando su carrera en España, pero especialmente en Asturias.
Dice nuestro poeta Carios Bousoño que la mayor bendición que puede tener un hombre es una vocación. Los arquitectos asturianos somos francotiradores con vocación. Como los herzegovinos, en nuestro mapa arrugado que se tensa con la mar disparamos arquitectura, a veces con tiros sordos, callándonos ante la maravilla de nuestra tierra. Porque aquí, al no tener escuela, ni revistas, ni foros… No se producen corrientes, se producen descargas, conjunciones de estrellas, casualidades, fuerzas de ideas que encuentran la manera de hacerse.
«La materia artizada», la cosificación cuando llega, es fruto de tanto esfuerzo, de tanto esfuerzo íntimo, que sólo quiere el premio de los ojos, la sensación que sube del estómago cuando ese espacio es cierto, o próximo a la certeza que buscabas. Y así, muchas veces en parejas corno los apóstoles, apoyándose unos en otros, cuando la moral baja, o la hipoteca sube, te piden que no sueltes el cable del que no sabes quién nos dejó colgados. Entre este verde lleno de caracoles que no oyen, a veces de una concha sale música.
Pero es tan desbordante, tan aplastantemente bella nuestra tierra, que a menudo te pide que te entierres, que no molestes, que sólo saques las ventanas, que enmarquen las montañas, o los bosques, o la mar, todo en tan poco, que no pongas cristales y que huelas la hierba tras la lluvia, o que lo dejes todo. Y esa semilla de destrucción que todos llevamos dentro, trata de florecer, con flores negras, en tu cabeza, corno las zarzas que cubren los caminos del monte.
La sombra de Vaquero y de Castelao sigue arrojándose sobre nosotros, porque apetece decir a quienes vengáis por poco tiempo, que no miréis estos ejemplos, que recorráis las centrales hidroeléctricas de Vaquero y sus edificios en Oviedo y las viviendas y edificios Universitarios de Castelao, que entréis en el acceso de Medicina o Geológicas, que estudiéis la obra en hormigón de Sánchez del Río, o el Instituto del Carbón de Moreno Barberá, o la Milagrosa de Sáenz de Oiza en Oviedo.
Ante la solidez de estas trayectorias, duras y fuertes como sus ladrillos, también a veces anacrónicas (ventajas de la periferia), encerrados en una guerra, cuando ya había concluido en otros sitios; ante esta solidez decía, los últimos mediáticos años, nos suenan a veces huecos, frívolos y lejos del centro del remolino (corno sabemos, ahí la velocidad es menor y las posibilidades de lievar a cabo las ideas son también menores, haciéndose una criba natural de lo banal).
Mediáticos años en los que se han levantado y quemado dioses tantas veces (varias veces a lo largo no de una vida sino de una carrera) que han obligado a los críticos a decir Diego donde dijeron digo. No obstante, ahora, al mirar atrás y recoger edificios que nos dijeron mucho, vemos que el tiempo hace que ya nos digan menos.
También es verdad que los arquitectos somos horno ludens, y que como niños nos cansamos de los juguetes, y pasa que, al final, aquello que con tanta fuerza arañó nuestra retina, con la misma virulencia pasa al olvido, y que en esta selección, equivocada como toda selección, por errores de proceso, por la sensibilidad, que espero que siga siendo única en cada uno de nosotros, y por tanto dispar, tendrá errores más intensos en lo próximo que, sin la distancia del tiempo, no nos permite discernir en la borrachera del momento.
Pero por otro lado es lo más cercano lo que más interesará al joven arquitecto que venga a disfrutar del tiempo que posee. Que escoja él.
Ser arquitecto, sobre todo en España, significa ser y saber de tantas cosas, que una selección de este tipo deja fuera sin piedad a aquellos que se dedican al urbanismo, por ejemplo, con trayectorias importantes y que han influido más en la forma de nuestras ciudades que todos los ejemplos que veremos, que a lo más influyeron en su contenido.
Y aquellos, como monjes amanuenses, que dedican su vida a la restauración comedida, que cuidan nuestros viejos edificios, para que en nuestro interior creamos que lo que hagamos lo va a cuidar alguien, somos egocéntricos, y más que la cultura queremos aportar a la cultura, y modestos corno vemos. Y es cualidad de nuestro paisanaje, de nuestra caricatura, el ser «babayu» el creemos los mejores del mundo y los poseedores de la verdad (chauvinistas al fin), pero ¿qué pasa cuando son tantas las verdades?
Hemos procurado abstraemos y destilar en la siguiente selección, las cosas que nos dijeron cosas, que se las dijeron a otros, las cosas que otros pensaron que debían publicar, o premiar, pero sobre todo sólo aquellas que se hicieron bajo los efectos de una droga que se llama Arquitectura. Y también añadir, por las páginas que ocupamos, el filtro del ladrillo y la cerámica que nos vienen a dar la trabazón.
Que no la tradición, pues el ladrillo aquí llega con la zivilization no con el kultur, la tierra, nuestra tierra, usa la piedra y el ladrillo llegó con la industrialización, con tantas naves industriales que hoy recuperamos [1,2,3,4] y que nos trajeron arquitectos e ingenieros europeos. Si bien es cierto que Gijón fue Roma y que el ladrillo corre por sus termas y ahora también por sus murallas que veremos.
Vamos a ir viendo de una manera integradora diversos edificios docentes, sanitarios, públicos en general, aunque en algún caso citemos edificios privados, sin ánimo de que estén todos pero sí de que el lector reciba una información de obras que sin esta oportunidad de conarquitectura no saldrían de nuestro ámbito local y que son importantes tanto desde el punto de vista de la Arquitectura como del empleo del ladrillo.
Por otro lado, esta selección que van a ver es bastante personalista, es decir, recoge piezas de arquitectos que fueron importantes, o lo son, sin que lo presentado sea directamente adscrito a una de las tipologías citadas.
Empezaremos lejos, muy lejos, con los primeros racionalistas.
En 1934 José Avelino Díaz y Fernández-Omaña proyecta el Instituto Alfonso II [5] de gran modernidad por la pureza de formas, ausencia de elementos clásicos formales aunque indudable presencia de parámetros de simetría, valoración de la esquina y la utilización del ladrillo de una manera vienesa, como vemos en alguna obra de Loos o en la Karl Marx Hoff. Por otro lado desde el punto de vista funcional el edificio genera unos amplísimos recorridos que se convierten en galerías de convivencia, según su antología es «una máquina de estudiar, de convivir».
Poco posterior, de 1935, destacaría por hacer aquí presente la obra de un arquitecto silencloso, el magnifico edificio [6] de Manuel García (en colaboración con Joaquín Ortiz) en la plaza San Miguel de Gijón, donde balcones mendelsohnianos resaltan el frente a la plaza que asciende orgulloso.
Del 35 son también las escuelas blancas de Rodríguez Bustelo, de una gran pureza y limpieza en proyecto, con cubierta plana que pronto, tras la contienda, fue convertida en dos aguas y desfigurada También Manuel del Busto, entregado en su carrera al modernismo se convirtió al racionalismo y realizó edificios como la cámara de comercio de Gijón, donde refuerza las horizontales y desviste de formalismos las fachadas (con la orgullosa bandera republicana dibujada en los planos).
Cabello Maíz es otro de los racionalistas de poca obra y buena, en algunos casos como la Casa Rosada [7], hogar escuela materno infantil de 1943, lo que aparece en los primeros planos como cubierta plana sin alero, se refugia finalmente en un tejaroz sobre los vuelos que marca lo que yo llamo un reg-raclonalismo, ya que con alardes estructurales, una luminosidad y uso funcional que podrían cumplir todos los manuales modernos añaden elementos locales que limitan su tuerza, de todos modos una clase de diseño, confianza en el hormigón y uso de ta luz.
Quisiera resumir en un edificio los años 40 en Oviedo con el edificio de Toreno [8] de Julio Galán, es como si la Gran Vía viniera a vernos aquí utilizando un lenguaje clásico que va acompañando con paños de ladrillo al edificio en su ascensión frente al pulmón de Oviedo, et Campo San Francisco.
Otras veces la buena arquitectura nos llega felizmente de fuera, el Instituto Nacional del Carbón [9, 10] (1948), obra temprana de Moreno Barberá aporta componentes técnicos a los que no estábamos, ni estamos, acostumbrados aquí, la cubierta de agua por ejemplo, donde los científicos criaron patos durante un tiempo, edificio magnífico por el mimo en el detalle y la utilización austera y brillante de los materiales.
También destacar, aunque en su mayor parte es en piedra, la Universidad Laboral de Luis Moya donde las bóvedas de la iglesia [11] y el teatro son dignas de mención desde una óptica del ladrillo, así como un sinfín de escaleras y superficies que demuestran lo que el gran arquitecto plasmaba en sus textos.
El Colegio Mayor América de Vaquero Palacios de 1954, muestra una concepción rotunda volcando las habitaciones hacia las vistas de los montes, del Áramo, de manera totalmente distinta a los colegios mayores anteriores. Los foados y sus antepechos de ladrillo subrayan una horizontalidad, que genera unas sombras bajo las que aparece el dentado de la geometría de las habitaciones. Vaquero corno siempre vuelve a Oviedo a darnos oro [12].
Al lado y poco después Joaquín Cores firma en 1957 la Fundación Masaveu [13], donde la influencia de Aalto se hace patente y destaca en su implantación que crea un frente edificado donde torna protagonismo la torre de la iglesia y se abre por detrás hacia el paisaje. La economía de materiales se ve enriquecida por juegos en el ladrillo que, con el motivo de la cruz, van texturizando el paramento. Sigue en nuestros días siendo centro de formación profesional con una conservación ejemplar.
El edificio de sindicatos [14] (1954) de Somolinos mira hacia Madrid, esta vez hacia el de Asís Cabrero, generando una pieza ordenada de gran presencia y rigor, fragmentado en una base curva que abraza el espacio de llegada y el volumen rotundo que asciende imponente.
De esta misma línea son edificios realizados por Omaña, Negrete y Muñiz en los que el ladrillo da forma a un volumen limpio donde las ventanas aparecen corno una seriación de parteluces, así eran en Gijón el Mercado de San Agustín (demolido), el edificio también demolido del Instituto Jovellanos [15] o el Garaje Pelayo de Mariano Marin (también destrozado), o el Teatro Prendes, este aún en pie en Candás [16] de José Antonio Muñiz que hizo buena arquitectura con Celso García.
También importantes fueron en Mieres la obra en ladrillo de Luis Cuesta, el abatido Teatro Capitol [17], por ejemplo, o en Langreo el Cine Felgueroso [18] de Suarez Aller.
Algunas fábricas recuperan el testigo del ladrillo de las que vimos pero con un lenguaje absolutamente renovado. Ejemplos son la Coca-Cola [19] de Rodríguez Bustelo (1960) o Anís Praviana [20] de Arganza.
Pero sigamos con los colegios, con una obra temprana de Sáenz de Oiza, La Milagrosa [21] (1965), en el centro de la ciudad, con una cubierta de juegos y con un acabado en plaqueta cerámica qué se alía con una carpintería de madera muy remetida que da calidez al orden rígido que solo rompe el volumen de la última planta.
Del 67 de Casal es el Colegio Peña Ubiña [22], y vemos ya cómo, dado el elevado precio del centro, los colegios empiezan a salir de la ciudad buscando mayor naturaleza y espacios deportivos. Este ejemplo, también de un rigor alemán, nos recuerda algún ejemplo del Hansaviertel, acaba pareciendo en visiones laterales como un conjunto de cajas de ladrillo a las que se les ha quitado una cara para poner cristal. Tenemos que hablar aquí también de los módulos educativos en ladrillo de Vazquez de Castro que vemos realizados por muchos de nuestros pueblos.
Después nos viene una época en la que las curvas parecen ser el leitmotiv de los edificios públicos, así tenemos el Colegio Mayor Asturias [24] (demolido) de Javier Calzadilla Centro de cálculo de Granda [23] (1975) de Javier Blanco o el Colegio de Santa Teresa [25] de Nicolás Arganza y José Carlos del Rey. En las teresianas se utilizan ladrillos vidriados con formas curvas que cobran un protagonismo que resta rotundidad al gesto inicial.
Nicolás Arganza es además autor de gran parte de los edificios del colegio L’Ecole y también del Colegio Meres. Queremos destacar en este último el área dedicada a escuela infantil [26, 27], donde cada aula busca una singularidad conseguida por la escultórica cubierta, generando una escala pequeña en la que se desenvuelven los menores. Podemos vincular esta arquitectura orgánica con nórdicos como Pietilä, que buscan en la singularidad, no exenta de expresionismo, la oportunidad de crear arquitectura con carácter.
Ignacio Alvarez Castelao es una de las figuras más destacadas de la arquitectura asturiana del siglo XX y nos compete además aquí porque es el autor del Colegio San Ignacio en las afueras de Oviedo, y de edificios universitarios como Geológicas y Biológicas, Medicina e Ingenieros industriales (este último en Gijón).
Utilizaba frecuentemente el ladrillo que disponía a veces al canto para buscar distintos efectos acústicos, como por ejemplo en la Biblioteca de Medicina [28, 29], o en el San Ignacio [30] en el Salón de Actos, buscaba colores marrones o tostados, y utilizaba mucho las plaquetas cerámicas que presentan una coloración variada generando una vibración y textura más unida a la tierra.
En el San Ignacio cada función se ve claramente, los forjados de moldes extraíbles vuelan y dejan en su interior las particiones de ladrillo y las carpinterías de madera. En Medicina (con Carlos Blanco) la plaqueta va generando texturas diferentes por su disposición a veces inclinada, como escamas.
Y ya que nos vamos metiendo en edificios universitarios, el ladrillo también reina en el Campus de Oviedo aquí en el del Cristo con el aulario de la Universidad [31], edificio también de Nicolás Arganza, que combina interminables ventanas rasgadas con particiones de Rossi, dando un carácter curioso a la combinación.
O también de Fernández Alba [32], especialmente en el Milán, donde se recuperan una serle de edificios militares y se añaden varios en ladrillo que comparten escala e incluso recursos formales como el tejado a dos aguas, para dar solera a una parle de la universidad que entonces era nueva, aprovechando las corrientes de tendenza que soplaban aquellos años. En el campus de Gijón pero ya en los 90 aparece otro crescent el Aulario de Viesques [33] de Cuenca y Hevia, que abraza un green que aquí nos podemos permitir.
Para cerrar el tema educativo el lnstituto de Lugones de Gerardo y Pelayo Bustillo que aporta la utilización de cerramiento ventilado con placas cerámicas como cierre de su rotunda implantación [34]. Cercano a este esta el Parque Tecnológico donde también varios de los edificios [35], como este de Jesús A. Arango, escogieron el ladrillo como imagen quizá recogiendo el testigo de aquellas naves que vimos al principio.
El albergue San José en Gijón [36, 37], de Arias y Moriyón, da una escala pequeña a base de reducir la fachada y utiliza una cerámica que hace mas amable el edificio, vemos en la foto también la sobria capilla y nos lleva a otro edificio interesante y cercano, la parroquia de la Calzada [38, 39] de A. Llano (con una joven Belén MartínGranizo colaborando) en el que fijamos otro momento de la arquitectura que podemos vincular a las primeras obras de Campo Baeza.
Sin salirnos de Gijón debemos mencionar el trabajo de Paco Pol y Fernando Nanclares en la recuperación de la muralla romana [40] y de la memoria de la ciudad. Saliendo prácticamente de cimentación reconstruyen en ladrillo una escenografía urbana que recuerda el discurrir de la misma en los años que la ciudad fue Roma.
En Mieres los nuevos juzgados [41] de Cruz Uzariturry también del principio de los 80 sacan partido a la definición y orden de los huecos en ladrillo.
Si nos pasamos al ámbito sanitario tenemos que empezar hablando de García Mercadal que tiene tres obras, el Hospital de Murias en Mieres (de tan integrado en el paisaje parece tirolés), una parte del Hospital central en ladrillo y el ambulatorio de la Plaza de Europa de Gijón (muy alterado).
Pero en este capítulo me voy a venir muy cerca, Jesús Menéndez, que trabajó con Enrie Miralles, volvió a Asturias donde hizo algunas, muy pocas, pequeñas y buenas obras y se pasó a la administración como funcionario de la consejería de sanidad. Su elección y respeto hacia los arquitectos que han llevado a cabo centros de salud en los últimos años es muy de agradecer y los resultados se ven.
Escogemos aquí el de la Fresneda [42] de Andrés Diego Llaca que desde una gran contención y tratamiento de materiales, va peinando y peinando el proyecto hasta dejarlo limpio, desvestido. También muy Interesante de Javier Blanco (hijo) es el de lnfiesto [43] que se asienta con firmeza, como una roca que se va tallando. O el de Díaz y Rojo en La Corredoria [44], en Oviedo, que contrasta con los anteriores con su disposición de ameba.
Y acabo con el recién ganado concurso del Ayuntamiento de Mieres [45] de Belén Martín-Granizo y Daniel Díaz Font que, cómo no, se va a realizar en ladrillo. Me quedan en el tintero muchos buenos arquitectos con obra de ladrillo en vivienda pero hemos querido centrarnos más en edificios públicos por su carácter de punti firmi en la ciudad.
Me he excedido en esta selección, no sólo por lo largo sino por lo inflamado; leo arriba y parezco el príncipe de Salina hablando de Sicilia, y la verdad no sé si estas pocas obras contribuirán a que las cosas cambien algo, de todos modos puesto a ser siciliano y a hacer una selección, mejor ser el Gatopardo que el abate de Sciascia.
Gracias, espero que disfruten de nuestra tierra y de nuestra Arquitectura.
Agradecimientos a los que no están siendo buenos por su comprensión de mi ignorancia.
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