El ladrillo como material integrador y de innovación arquitectónica en los edificios docentes del este de Castilla y León integradas en el COACYLE, pertenecientes a las provincias de Ávila, Burgos, Soria, Segovia y Valladolid.
Colegio Público «San Fernando» (1932-1950), Valladolid. Joaquín Muro Antón
La irrupción en España de las ideas sobre la «arquitectura funcional» tuvo su germen en los proyectos de edificios docentes que, a partir de 1932, plantearon de manera práctica los principios de «La Escuela como construcción funcional». En el centro de la Península, Joaquín Muro Antón asumió la responsabilidad de modernizar sus edificios en paralelo con los intereses que, sobre las escuelas, la revista AC (publicación del Gatepac), divulgaría en sus números 9 y 10 (1º y 2º Trimestre de 1933).
Su proyecto para el Colegio Público «San Fernando» [1] (41º 38′ 45″ N – 4º 43′ 01″ O), (1932-1950), encargado en marzo de 1932, conjuga su ya dilatada experiencia práctica en este tipo de edificios, con los nuevos planteamientos funcionales y formales de la Arquitectura Moderna. La cubierta plana es una gran terraza superior, utilizada como patio de juegos de los alumnos de pocos años -y que yo disfruté con apenas seis- con un compromiso claro de desarrollar uno de los cinco puntos de Le Corbusier más difundido desde su primera formulación cinco años antes (1927), la cubierta-jardín.
Su planta asume las condiciones funcionales, eliminando la formulación de edificio exento dentro del solar, para incorporarse a la línea de la manzana, plegándose en su esquina; solución que experimentará en los edificios para la Escuela Normal de Zamora (1933) y en la Escuela aneja a Magisterio en Avila (1934). Pero como un valor substancial, este edificio es una auténtica reflexión sobre el modo de asumir las condiciones de Modernidad, tanto funcionales, como formales.
Si hasta ese momento todos sus edificios se construyeron exclusivamente en ladrillo, y con un lenguaje ecléctico (siendo maestro en la definición de los elementos clásicos mediante piezas aplantilladas), es en este caso donde el material -remetiéndose cada dos hiladas- va a acompañar los macizos a la altura de sus ventanas, reforzando el nuevo carácter horizontal y acentuando la idea de hueco corrido adoptado con el fin de iluminar homogéneamente el interior de las aulas (la ventana en extensión como difundía Le Corbusier).
Colegio de los PP. Dominicos »Arcas Reales» (1951-54), Valladolid. Miguel Fisac
Miguel Fisac obtuvo en el Colegio de los PP. Dominicos »Arcas Reales» [2] (41º 36′ 32″ N – 4º 44′ 09″ O) de Valladolid (1951-1954), su primer reconocimiento, fuera de España, con la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de Arte Sacro en Viena. Se le concedió por su espacio de la iglesia: dos muros de ladrillo convergentes hacia otro curvo, blanco y de piedra, iluminado desde lo alto y en su encuentro con los de ladrillo, desmaterializado. Arropando a la basílica, sendos patios cubiertos conectan con las cuatro alas del aulario.
Simetría rota en su acceso desde uno de los vértices del patio. Fueron años en los que el arquitecto manchego comenzó a investigar con las estructuras de hormigón en forma de «huesos». Aquí no serían ni huecas ni pretensadas, sino con sección ósea variable -yo les defino «protohuesos»- para terminar abriéndose hacia los vanos y mudando en losas curvadas; solución que, exenta, la volvería aplicar en el Instituto de Formación de Profesorado de E. M. y P. de Madrid (1953).
El ritmo del patio, y su paseo arquitectónico, los marcan ese espacio claustral de dos lados, cerrados sobre los muros del Comedor y de la Iglesia. A partir de este proyecto, Fisac experimentó con el diálogo de los dos materiales, hormigón y ladrillo, y con su valor real constructivo. La organización funcional y espacial de la planta se resuelve con la ordenación muraría cerámica; junto a estos planos rojizos, la piedra y el hormigón blanco destacan en sus formas curvas. La belleza surge de la correcta relación de estos materiales reunidos en contraste de luces. Los muros de ladrillo conforman el espacio y se convierten en el telón de la poética de los otros.
Instituto «Núñez de Arce» (1961), Valladolid. Miguel Fisac
Siete años después de concluir este Colegio de los PP. Dominicos, el arquitecto recibe un segundo encargo de edificio escolar, el Instituto «Núñez de Arce» [3] (41º 39′ 15″ N – 4° 43′ 54″ O), también en Valladolid (1961). Fue un reconocimiento de la ciudad por la exitosa obra para los Dominicos. En el caso del Instituto, el solar era un importante requisito a tener en cuenta. Estaba situado en una de las mayores manzanas conventuales de la ciudad, en las huertas del convento de San Benito. Esta condición urbana, la convirtió en excusa de proyecto. Cerró el aulario tras un muro de ladrillo ciego en más de cinco metros de altura.
Su ubicación era la de la tapia del convento hacia la antigua ronda de la ciudad histórica; y abrió las aulas a patios interiores que seguían la traza y proporciones de los existentes en el convento benedictino. Sobre los muros de ladrillo cubrió todo el edificio con la primera de sus soluciones de vigashueso pretensadas -desde entonces, llamada viga «Valladolid»- que empleará en buena parte de sus proyectos de esa década de los años sesenta. Y al interior, de nuevo el diálogo del ladrillo con el hormigón: muros de hiladas regulares rasgados en ventanas corridas y otros de hormigón y cristal cara al sur, y sobre ellos, las vigas pretensadas: toda una lección de buena arquitectura.
Instituto «Fray Pedro de Urbina» (1956), Miranda de Ebro (Burgos). José Antonio Corrales Gutiérrez
Entre los dos proyectos citados de Miguel Fisac, un joven José Antonio Corrales Gutiérrez construyó en Miranda de Ebro (Burgos) el Instituto «Fray Pedro de Urbina» [4] (42º 41′ 46″ N – 2º 56′ 58″ O), en 1956, un año después de proyectar el Instituto de Enseñanza Media de Herrera de Pisuerga (Palencia), hoy desgraciadamente desaparecido.
En este de Miranda de Ebro, se siguen los mismos planteamientos racionales que el proyectado con Ramón Vázquez Molezán cerca del río Pisuerga, y en él convive la importancia en el uso de los materiales en su conjunto, con el cuidado en los detalles y soluciones técnicas (muchas ya no existentes), como el complejo mecanismo de parasoles móviles para el control de soleamiento en la fachada sur.
El empleo de una expresión arquitectónica nueva se declarada en el diálogo entre la estructura de hormigón y los cerramientos a ladrillo con la cara vista, como el hormigón. Más allá de las referencias a otras arquitecturas, o a lenguajes estilísticos del Movimiento Moderno, la obra es una muestra de la innovación arquitectónica que se ofreció en una época de grandes restricciones económicas, de aislamiento Internacional y de desvinculación oficial con los acontecimientos europeos de la cultura moderna.
Dos cuestiones dan peso a la relevancia que -a mi juicio- tiene este edificio. Primero, el asumir un complejo programa docente respondiendo con estrictos planteamientos funcionales: las plantas de aulas conectadas por medio de rampas se distribuyen en un bloque central entre otros dos donde se sitúan los servicios complementarlos como la dirección y administración, los talleres, el salón de actos y un gran gimnasio. En segundo lugar, la respuesta de José Antonio Corrales a las interesantes condiciones específicas del lugar, no despreciando los valores de diálogo e integración con el entorno, ya que la parcela está situada en la margen izquierda del río Ebro.
El muro de ladrillo que cierra el edificio hacia este lado, el sur-este, arranca apoyado un basamento de hormigón; sobre él vuela un gran alero que cubre parcialmente el patio y que despliega el edificio hacia la rivera. La estricta organización funcionalista se humanizada mediante la armonía con el lugar al crear, con ese cierre de ladrillo y el vuelo de la cubierta, un espacio intermedio encajado entre las condiciones específicamente arquitectónicas y las que ofrece el paraje y la vegetación natural.
Colegio «San Agustin» (1959-1961), Valladolid. Cecilio Sánchez-Robles
En el cambio de la década de los cincuenta a los sesenta, entre 1959 y 1961, Cecilio Sánchez-Robles realizó en Valladolid el Colegio «San Agustin» [5] (41° 37′ 00″ N – 4° 43′ 40″ O), con el que comienzan unos años en los que en Castilla y León se construyeron un gran número de edificios docentes promovidos por instituciones religiosas. En este caso, la Orden de P.P. Recoletos de San Agustín (Provincia de San Nicolás de Tolentino), asumió ciertos aspectos de la renovación de su programa educativo, con la consecuente innovación en la imagen arquitectónica de sus edificios, la de una modernidad ya afianzada en toda Europa.
La propuesta creó una autonomía espacial fuera de la ciudad, en un lugar carente de personalidad muy cercano a su salida sur por la carretera hacia Madrid. Esta respuesta formal genera un espacio-jardín semipúblico, de acogida, entre el cuerpo de acceso dominante, del edificio paralelo a la carretera, y las dos alas de residencia de los Padres y la iglesia. Las aulas, en peine, se protegen de las molestias del tráfico de la carretera nacional tras ese cuerpo principal que sirve de resguardo.
Hacia el acceso, su fachada muestra una imagen canónica del lenguaje del Movimiento Moderno; desde el semisótano hasta su última planta, cinco ventanas horizontales entre paños de ladrillo blanco de ¡más de noventa metros de longitud, iluminan el semisótano, la planta de recepción y visitas, y las tres siguientes de dormitorios de alumnos.
La obsesión que muestra Sánchez-Robles por la Imagen de ventana corrida, la fenetre en longueur, promovida por Le Corbusler como uno de sus «cinco puntos», contrasta con la evidencia del «destierro» con el que el arquitecto suizo-francés la había sancionado en su obra desde finales de los años treinta (en concreto desde su empleo en 1929 en la Vil/e Soboie en Poissy).
Es significativo comprobar cómo el maestro incorporará desde la década de los treinta una imagen a sus edificios apoyada en el empleo del brise-soleil (parte-sol) antepuesto al pane de verre (muro cristal), y por el contrario, la imagen dominante de la modernidad internacional a partir de los años sesenta sea este elemento ya obsoleto en su obra. Cuestión que evidencia este ejemplo y que, en el caso de Sánchez-Robles, se llega a mostrar obsesivamente en las «ventanas corridas» de más de cien metros de longitud -asimismo entre muros de ladrillo blanco- en otro edificio docente, el del Colegio Mayor Monferrant en Valladolid (1960/62-1966).
Con todo, el elemento más interesante de esta obra, espacial y simbólicamente, es el de la iglesia; en cuyo planteamiento asimismo tendríamos que hacer referencia a la obra de Le Corbusier, la boite a miracles como elemento espacial de la basílica proyectada para el Convento de la Tourette en Eveuxsur-Abresle, cuatro años antes de este Colegio, en 1957.
Colegio Internado de la Sagrada Familia (1963-1967) Pinar de Antequera (Valladolid). Antonio Vallejo Álvarez, Antonio Vallejo Acevedo y Fernando Ramírez de Dampierre
La influencia de Monasterio Dominico de Le Corbusier, la obra citada de la Tourette (1957), en la arquitectura colegial de estos años, será clave para entender otro edificio, el Colegio Internado de la Sagrada Familia [6] (41º 36′ 14″ N – 4° 44′ 38″ O) de Antonio Vallejo Álvarez, Antonio Vallejo Acevedo y Fernando Ramírez de Dampierre (1963-1967), en el Pinar de Antequera (Valladolid). Su imagen se explica en relación a la del convento francés, resuelta mediante unos balcones-nichos en planta alta, a modo de brise-soleil, cubriendo y adelantándose sobre el patio de las grandes cristaleras de sus aulas en planta baja.
El interior se organiza alrededor de un espacio claustral, tendido, bajo la altura del modulor, 2,26 m) y encerrando un fragmento del pinar al interior. Los ventanales van de suelo a techo (de madera sobre premarcos de hierro), entre cierres murarios de ladrillo. Material aquí sentido como cálido, acogedor, tras haber atravesado los muros de hormigón del exterior.
Este edificio -a mi juicio, el más desconocido y uno de los más interesantes de los que hemos seleccionado- sorprende por su implantación que discurre en el Pinar de Antequera, entre pinos centenarios que ocultan su organización, incluso a vista de pájaro, mediante las copas de los árboles de hoja perenne que «camuflan» el edificio entre la naturaleza. A pesar de no haberse desarrollado en la totalidad de su traza inicial (no llegó a construirse la iglesia y el salón de actos proyectados), hay dos espacios que acreditan su intensidad arquitectónica.
El primero de ello, el de los dormitorios, juega con la sorpresa de su animada distribución espacial, abierta y común -cuestión que los internos aún agradecen en un dormitorio «cuartelarto» para noventa y seis alumnos-. Se conforma mediante dos entreplantas a los lados del volumen central de distribución y lavadero, con una altura y media (módulo de noventa y seis camas repetido cuatro veces dentro del volumen del edificio); a los dormitorios se accede por medio de una doble escalera entrelazada, situada en una de los rincones del claustro.
El segundo de los espacios que disfrutan diariamente los Internos, es el del refectorio. Se divide en tres ámbitos consecutivos capaces de aislarse mediante tabiques-paneles de madera, y desde donde se contempla el paisaje del pinar «encerrado» en su interior.
También tres niveles escalonados de ventanas comunican visualmente con los árboles del exterior; el bajo corresponde del claustro, y entre sus muros de ladrillo se avista el arranque de los pinos entre las hojas secas que cubren el suelo; una segunda línea de ventanas corridas permite ver los brotes de sus ramas y las luces entre sombrajos que las atraviesan; la última hilera de ventanales, más alta pero menos alejada, ofrece el recorte visual de las copas de los pinos contra el cielo: todo un mundo de relaciones y miradas al paisaje, respetado y disfrutado, donde de levanta el colegio.
Instituto «Andrés Laguna» (1963), Segovia. Marciano Hernández Serrano
El colegio anterior, además de participar de planteamientos formales de Le Corbusier, se presenta próximo a otros postulados, cercanos al Nuevo Brutalismo inglés, que centran su referencia en la obra de los arquitectos Alison y Peter Smithson (1950-1960). En el Instituto «Andrés Laguna» [7] (40º 56′ 20″ N – 4° 06′ 58″ O), en Segovia, de Marciano Hernández Serrano (1963), su carácter plástico, rotundo, y escultórico muestra, en este sentido y como en el caso anterior, la evidencia de un cambio de rumbo arquitectónico aún antes de que se confirme el final del Movimiento Moderno (certificado en 1965).
El cuerpo central se retranquea respecto a la alineación de calle, creando un lugar común, exterior pero privado, que permite alejar de su contemplación el cierre murario de ladrillo prácticamente ciego, que se ofrece como un gran telón escenográfico. Este «muro plástico» se levanta sobre el límite del acceso, un aplacado de piedra y los vidrios de la carpintería de la entrada; cierre retranqueado respecto al gran muro superior que hace percibirte suspendido en el aire.
A su vez, carece de referencias a elementos arquitectónicos reconocibles, y en consecuencia ofrece un resultado de abstracción. Por otra parte, el ladrillo cara vista asume un papel de integración con el resto de los materiales utilizados, en un equilibrio en cuanto a texturas, color, peso formal y lenguaje plástico. Analizando el recorrido de acceso, nos sorprende su unificación con las condiciones del solar. Al entrar, bajo el muro escenográfico, sentimos el edificio elevado del suelo, al fondo se percibe de nuevo el exterior, definiéndose un jardín en continuidad con el acceso.
La libertad de este recorrido ofrece unas relaciones visuales en unión entre el espacio previo y el posterior a la entrada. Adecuación del programa funcional al lugar que permite permeabilizar y mantener intacta su topografía inicial. Además, comprobamos la existencia de varias superposiciones históricas: la primera, al coincidir formalmente el cuerpo central con condiciones del Mo.Mo., como un gran volumen puro y una composición abstracta, frente a los del resto del edificio, con aleros, que se cubre a dos aguas.
Una segunda, es la superposición del carácter de volumen elevado bajo el que se permite un desarrollo libre en planta baja, contrapuesto con un uso tradicional de un basamento pesado; en este caso formalizado mediante la base de apoyo de piedra, y todo con un lenguaje internacional pero con condiciones vernáculas en el uso del material de piedra.
Colegio de la Sagrada Familia (1963), Burgos. José Luís González Cruz y Luís Romera Piñeiro
En los años sesenta, dentro de los numerosos edificios docentes construidos por instituciones religiosas, el Colegio de la Sagrada Familia [8] (42° 20′ 44″ N – 3° 40′ 48″ O) de José Luís González Cruz y Luís Romera Piñeiro en Burgos (1963), es una buena muestra de las posibilidades formales que en esos años se experimentaron vinculando de manera armonizada, hormigón y ladrillo. El programa requerido por los promotores, los Hermanos de la Sagrada Familia, incluía, además de los habituales espacios docentes (aulas, gimnasio, biblioteca, patio cubierto, salas de conferencias y de actos…), otros residenciales con dormitorios y comedor, e incluso una pequeña capilla.
En el proyecto inicial, la organización funcional se ordenó mediante dos bloques encajados perpendicularmente en su esquina en «dominó», y visualmente independientes, y entre ambos arropando el patio de juegos. Uno de ellos, el orientado al sur, se alargó siguiendo otros posteriores proyectos redactados por los mismos arquitectos, para llegar a enlazar con un tercer bloque cerrando el espacio del recreo definitivamente en forma de «U». Las ampliaciones se realizaron en las dos últimas décadas del siglo, y desarrollaron todos los recursos planteados en el proyecto inicial.
La composición de sus partes se ven desarrolladas mediante dos técnicas: una, la estructuralmente dominante, por medio de hormigón armado con encofrado de madera en entablillados horizontales o verticales; la otra corresponde a los cierres mediante muros de ladrillo con aparejo a «soga y tizón inglés». Pero el papel de cada uno de los dos elementos y técnicas no es exclusivamente el que parece, ya que existe un juego de imbricación de sus dos usos iniciales.
Por un lado, el enrejado estructural de hormigón se manifiesta claramente en las fachadas «interiores» al patio, cerrado mediante los muros de ladrillo a paño, en los que se abren los huecos necesarios a los diferentes funciones interiores (aulas, pasillos, dormitorios … ).
Al exterior, sin embargo, estos papeles se ocultan e invierten. Así, en el bloque con el acceso con su testero a la calle, la estructura se remete, cerrando todo el paño de las plantas altas mediante ladrillo que se lee como estructural; y al contrario, en el bloque sur alineado a la calle, el hormigón es el que en las plantas altas se trasforma en cerramiento. Al final de este bloque, en la ampliación correspondiente a los años ochenta, es donde las dos técnicas se equilibran en superpuestos y sucesivos paños de hormigón y ladrillo cambiando en sección una media planta.
Como consecuencia, allí se invierten los papeles: con los paños de ladrillo se oculta la estructura de hormigón; y por otro lado, los de hormigón se convierten en el cerramiento a la altura de las ventanas. Hay un tercer elemento -y yo creo que actúa como neutro- que participa de este juego de cambio de papeles, el definido por los parasoles verticales y móviles que en los huecos cierran o abren el interior al sol y a las vistas.
Colegio de los Holandeses (1964), Miranda de Ebro (Burgos). Rafael Gil-Albarellos de las Rivas
Aún en el ámbito de las congregaciones religiosas, la de los Hermanos de la Inmaculada promovió la construcción del Colegio de los Holandeses [9] (42° 40′ 59″ N – 2° 57′ 44″ O), de Miranda de Ebro (Burgos), en 1964 (desde 1.984 bajo la dirección de los Padres jesuitas, y a partir de 1999, uso como Instituto Técnico), obra de Rafael Gil-Albarellos de las Rivas. Su uso fue exclusivamente de formación religiosa, la de los jóvenes internados con intención de ingresar en la propia Comunidad.
El gran complejo «colegial», totalmente de muros portantes de ladrillo, parece más una construcción fabril que un internado de formación religiosa; incógnita de diseño solamente explicable por su ubicación dentro de un barrio obrero y en una fecha de un gran desarrollo industrial en la ciudad, y aún más dentro de ese mismo barrio periférico.
Más sorprendente, incluso, es la imagen de la iglesia; se muestra como una nave cerrada con cubierta en dientes de sierra que se unifican mediante una ventana corrida en todos los tramos a la misma altura; el aparejo de sus muros se «trama» visualmente mediante la traza de una retícula de piezas de ladrillo sobresalientes colocadas «a tizón» de modo regular, tema formal que nos recuerda las interesantes experimentaciones con muros de ladrillo que había desarrollado Julio González entre 1956 (Iglesia de Santo Domingo de Guzmán), y 1959 Iglesia de San José Obrero), ambas en Valladolid.
El interés que nos suscita el carácter de su imagen, «extraña» a su concreto destino religioso, está en el paralelo que existe -permitiéndonos salvar las distancias-con experiencias finlandesas de edificios de ladrillo de «tono» masivo y pesado que unos años antes construyó A. Aalto; como su Ayuntamiento de Säynäsalo (1949-1952), o incluso antes, en alguno de los volúmenes de la Fábrica de Celulosa en Sunila (1935-1939).
Escuela de Artes y Oficios (1965-1966) y Escuela de Ingeniería Técnica Industrial (1971)
Este derrotero de arquitecturas «compactas» de ladrillo, nos explica otro ejemplo singular, el de la Escuela de Artes y Oficios [10] (40º 38′ 59″ N – 4º 41′ 26″ O), de José Mª Garcia de Paredes en Avila (1965-1966). Edificio que escalona sus aulas a lo largo de un espacio ascendente que arranca desde el cruce con el vestíbulo. Paralelamente a este discurso lineal, incluimos la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial [11] (41º 38′ 36″ N – 4° 44′ 33″ O), en Valladolid (1971), obra de la cual desconocemos su autoría.
Edificio que suma volúmenes de ladrillo en respuesta a las condiciones del complejo programa de una Escuela Técnica Universitaria. En estos tres casos, a la coincidencia en el empleo del ladrillo como método de subrayar sus volumetrías, se le suma la integración dentro de un contexto definido por árboles que acercan, aún más, su imagen a la de los edificios del maestro finlandés, que siempre proyectaba teniendo en cuenta la naturaleza.
Escuela de Maestría Industrial (1964), Burgos. Ignacio Santos de Quevedo y Francisco Navarro Roncal
Cerramos la década de los años sesenta con la Escuela de Maestría Industrial [12] (42° 20′ 10″ N – 3° 42′ 54″ O), de Ignacio Santos de Quevedo y Francisco Navarro Roncal, en Burgos (1964). En este caso, el edificio es apenas conocido, y fue realizado por unos arquitectos que estaban trabajando éste, conjuntamente en el mismo proyecto, con el Colegio Menor «La Castellana», ambos separados por una calle. La parte de la Escuela posee la peculiaridad de la enseñanza que se imparte, y que desarrolla, además de un programa docente usual (dirección, aulas, biblioteca…), talleres para el trabajo práctico de los alumnos.
Duplicidad del programa reflejada claramente en la planta: a un lado del vestíbulo, como columna vertebral, las aulas, administración y salón de actos; al otro, dos alas asimétricas de talleres arropando el sector de los despachos encajados entre patios interiores. La organización es introvertida, y los talleres se proyectan con capacidad de crecer -estando esto previsto en la planta general de proyecto-, con las partes del conjunto articuladas entre sí en respuesta a sus propias necesidad es: surge una organización en planta con cualidades abiertas y de crecimiento libre.
Influencia de este edificio -prioritariamente en la zona de talleres- con los planteamientos del The New Brutalism inglés antes citado, que se evidencia no únicamente por estas cuestiones señaladas en la ordenación del conjunto, sino por otros temas formales que le sitúan en la órbita de esta arquitectura que aborrecía ocultar aspectos constructivos, y gustaba de exhibir las instalaciones en sus edificios; como en el caso de nuestra Escuela.
Aquí se recurre al color para identificar los diferentes elementos constructivos, y las instalaciones discurren libremente por los pasillos-calles de acceso a los talleres. Asimismo, ciertos aspectos de la organización en planta, y de la imagen, nos señalan que sus arquitectos ya estaban en una órbita arquitectónica, de manera consciente o inconscientemente, alejada del Movimiento Moderno, en una reflexión construida en la cual primaba el descubierto carácter expresivo de la estructura y de las instalaciones, en respuesta a una lógica de su organización más allá que el de una búsqueda de una concreta estética final.
E. T. S. de Arquitectura (1975-1990), Valladolid. Antonio Fernández Alba
El incremento docente universitaria en las tres últimas décadas del siglo pasado posibilitó el desarrollo de una serie de grandes centros en el este de Castilla y León, fundamentalmente promovidos por la Universidad de Valladolid. Nuevas Facultades y Escuelas Universitarias fueron la excusa para construir grandes edificios docentes. Entre ellos, y en el campus de Valladolid, son varios los que ofrecen elementos arquitectónicos de interés.
Además de los «anónimos» edificios para la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial (ya citada), y la Escuela de Enfermería y Residencia Universitaria, ambas en 1971, junto a la Facultad de Ciencias Económicas de Salvador Gayarre, Tomás Domínguez y Juan Martín (1982); Antonio Fernández Alba construyó la E. T. S. de Ingeniería Industrial (1982-85), una vez que ya había existido una vinculación profesional con esta Universidad: se encargó de un proyecto y su ampliación para la E. T. S. de Arquitectura [13] (41º 39′ 00″ N – 4° 44′ 26″ O) en Valladolid (1975-1990).
Este edificio doble, totalmente con fábrica de ladrillo visto, muestra una síntesis de los intereses que guió la obra del arquitecto salmantino en esos años, y que se enlazan mediante la incorporación de estimaciones institucionales al proyecto arquitectónico.
En este sentido y para este caso, se puede explicar su rigidez axial como imagen arquitectónica del rigor Institucional, recurso clásico que ordena encadenando con coherencia las dos intervenciones; una, distribuida linealmente, la segunda y correspondiente a la ampliación, dispuesta según un gran espacio centralizado. Sin embargo, la referencia al rigor axial se contrarresta con la inversión de otra norma clásica universal: el peso del edificio aumenta en altura mediante un volumen creciente, y no al contrario.
Desde esta formalización volumétrica, se recurre a sobrepesar la verticalidad por medio de elementos autónomos de los dos cuerpos principales donde se absorben los aseos y escaleras.
El edificio también nos evidencia el peso fluctuante de las grandes influencias que en esos años acogió A. Fernández Alba en su obra: una primera, la de las iniciales grandes obras de Frank Lloyd Wright en ladrillo (Edifico Larkin de 1903-1905 o su Iglesia Unitaria de 1904-1907); otra, la fuerza expresiva del conjunto (junto a la idea que relaciona Institución con arquitectura-edificio), que nos ofrece la referencia a la arquitectura de Louis I. Kanh; y una última, los acontecimientos formales que habían propiciado las entonces recientes ideas del postmodem.
En consecuencia, el acierto de este edificio radica en la armonización de distintos intereses, con un resultado formal coordinado gracias al empleo del ladrillo como material visto, al que se le otorga un fundamental papel integrador.
Colegio Infantil en Pozal de Gallinas (1990), Valladolid. Gabriel Gallegos Borges
Como el caso anterior, el Colegio Infantil en Pozal de Gallinas [14] (41º 19′ 10″ N – 4º 50′ 17″ O) (Valladolid), es un ejemplo de doble edificio, la suma de uno inicial proyectado en 1990, y su ampliación en 2008; ambos del arquitecto Gabriel Gallegos Borges.
En la elección de este edilicio nos mueven dos intereses; por un lado, rastrear el desarrollo de algunas intenciones arquitectónicas que han surgido en la obra del arquitecto en los dieciocho años que separan ambos proyectos, valorando de manera pública su labor «silenciosa», y en este caso con una obra pequeña en tamaño pero, a su vez, asentada en la coherente carrera profesional del arquitecto que nos muestra unos importantes valores; en segundo lugar, explicar sus intenciones arquitectónicas.
El primero de los proyectos se realizó en un año en el que su estudio (G. Gallegos Borges junto a J. c. Sanz Blanco), estaba proyectando el Centro Cívico «Parquesol» [14 bis] en lo alto de esa barriada de Valladolid. Esta obra ofrece una interpretación que aúna las respuestas al lugar con un lenguaje formal conectado con la sutileza del más puro estilo Mies van der Rohe. Desde este punto de partida, se podrían explicar sus intenciones como las expuestas en el primer edificio de tres aulas de Colegio de Pozal de Gallinas.
Son sus componentes constitutivos, los muros que cierran estas aulas -prolongados a modo de parasol igual que los empleados por Giuseppe Terragni para su jardín de infancia en Como- entre ocho soportes independientes que, en dos series de cuatro, sustentan la cubierta plana (el mismo número y disposición que los que sostuvieron la cubierta del Pabellón de Barcelona de Mies, (1929); sus elementos básicos fueron líneas (de soporte) y planos (de cubierta y cierres).
En la ampliación de 2008, aparece el volumen como tercer elemento que se señala de forma dominante en las dos aulas añadidas. Por otra parte, la explicación que aporta el arquitecto al edificio le califica perteneciente a «una arquitectura moderna, de valores esenciales, convive con la arquitectura popular de su entorno: sencillas casas y tapias que encierran corrales y patio». Se ha realizado con materiales como la madera, los revocos y el ladrillo con los que la arquitectura vernácula del lugar construyó sus portones, casas y tapias de gallineros.
Así, la arquitectura «moderna» está anclada al emplazamiento mediante el uso de los materiales «del lugar». Estas consideraciones nos recuerdan los principios básicos que el americano Steven Hall exponía sobre su idea de arquitectura en el texto de 1989 Anchoting (Anclaje), cuya esencia trasciende de su funcionalidad y señala la atadura de la abra al emplazamiento en «una conexión experiencia!». Arquitectura que antes de cualquier otro componente se genera mediante un vocabulario abierto de Protoelementos, no histórico ni culturales, sino atemporal es, que son combinaciones posibles de líneas, planos y volúmenes.
Instituto de Educación Secundaria (2003-2006), Tordesillas (Valladolid). Primitivo González
Son explícitas las intenciones que Primitivo González tuvo en la idea matriz del proyecto para el Instituto de Educación Secundaria [15] (41º 30′ 34″ N – 5° 0′ 4″ O), en Tordesillas (Valladolid), 2003-2006. Así, el edificio se organizó alrededor de un espacio central «interior amable y controlado» -citando sus propias explicaciones- y, sin embargo, no vacío. ¿Qué ocupa el interior de ese edificio que se recorre prácticamente de manera libre en planta baja, y visualmente acompañando el recorrido en dos de los lados del pasillo que rodea su planta alta?
La respuesta nos la da el propio arquitecto y está en la misma idea del proyecto, se apoya de una manera manifiesta en los elementos tipológicos que la historia ha retenido en nuestra memoria: patios, claustros y plazas. A pesar de ser una arquitectura originada desde el principio formal de abstracción, basada en un vocabulario heredero del Movimiento Modero y de una innegable limpieza en sus volúmenes mínimos, la teoría que sustenta el edificio tiene concomitancias con el pensamiento de Aldo Rossi, difundido principalmente en su libro La arquitectura de la ciudad (1966).
El espacio común y de relación más representativo de Tordesillas es su Plaza Mayor; donde se encuentra el edificio del Ayuntamiento, uno y el principal con cuyas fachadas se define el espacio «primogénito» de la ciudad, cerrado para proteger al habitante del duro clima castellano. A la plaza se accede bajo este edificio municipal, lo cual permite un cierre continuo a partir del nivel de los soportales; solución que se aplica en el Instituto y que el arquitecto revindica como referencia próxima. Desde este germen, es a partir del cual se desarrolla una rica organización de sus plantas.
Si el vacío del patio lo explica la referencia a «la plaza», el lleno del edificio se origina desde el tipo «claustral», y a partir de él surgen los logros espaciales, de recorridos y secuencias visuales, la reflexión del proyecto a la que lejos de la monotonía del origen, el resultado altera cualquier atadura inicial. En 1957, Le Corbusier proyectó el Monasterio de la Tourette, en cuyo interior se siguieron las referencias al mismo tipo arquitectónico, y en ese caso, como en éste, el arquitecto supo enlazar con la historia, pero desvinculándose de cualquier posible respuesta mimética.
En este Instituto de Tordesillas, el vacío interior es una pequeña plaza abierta de relación, y a la vez está rodeada de un claustro cerrado, de trabajo y estudio.
Conservatorio Profesional de Música de Soria (2005-2009), Soria. José Mª Jové Sandoval
Dentro del programa de la Junta de Castilla y León para el impulso oficial a la enseñanza de la música, se encuentra el Conservatorio Profesional de Música de Soria [16] (41° 46′ 5″ N – 2° 28′ 28″ O}, obra de José Mª Jové Sandoval (2005-2009), un edificio claro y hermético a la vez. Claridad en la organización que se comprende con sólo ver sus trazas.
Formalmente parte de una estructura claustral -como en el edificio anterior- con la cuál se resuelve todo el cuantioso programa de distintas salas de música dispuestas, y con acceso, a lo largo de tres corredores; concentrándose en el cuarto ala la mayor parte de los servicios. La forma esconde y resguarda al interior una cuidada organización de los espacios comunes, convirtiendo al edilicio en un contenedor cerrado.
Para acceder se dispone un pórtico trasversal, como un cajón invertido, que apenas abre su hermetismo interior para dar paso al espacio del vestíbulo; y a su alrededor, el auditorio, dos salas de ensayo, de orquesta y piano, y la biblioteca; solamente uno de las rincones claustrales está vacío, en donde se encuentra un pequeño patio que ocupa un árbol, asimismo esquinado. La secuencia hermética se acompaña con una sucesión de cierres definidos individualmente gracias a la personalidad de los diversos materiales empleados.
Exterior de muro de ladrillo ventilado, aplacado con piedra traída desde la India, de Jaisalmer, ciudad «roja» por el color de su piedra; el espacio claustral de corredores, de muros claros a ladrillo visto y con tono avellanado; vestíbulo -el espacio más fructífero en luz incorporada desde su perímetro- de hormigón, y vista su textura de encofrado en tablilla; sala de audición para piano, con revoco blanco, y los espacios de ensayo y auditorio público para la orquesta acabados con madera de roble por razones de calidez y acústicas. Diversidad contenida en cada espacio como se contiene la música en todas sus salas.
Y además de todo ello, poesía que expresa el arquitecto, quien venera la música pero no entiende su expresión escrita, cuestión que declara el germen de la idea del edilicio: «para los que amamos la música, pero desconocemos su secreto, es decir su lenguaje, representación y transmisión-pentagramas, notas, corcheas, etc.- nos parece un misterio». Así, el edificio es una metáfora que traduce a arquitectura el hermetismo y la magia de la «música» que se ejecuta en ritual cotidiano dentro de sus espacios, pequeños grandes, públicos o privados, en soledad o en conjunto, virtuosa o imprecisa, pero música, siempre música.
Conservatorio Profesional de Música y Escuela Profesional de Danza de Burgos (2008-2009), Burgos. Juan Carlos Arnuncio
Otro segundo edificio para música atrae nuestro interés, este compartido con la danza, el Conservatorio Profesional de Música y Escuela Profesional de Danza de Burgos [17] (41º 21′ 20″ N – 3° 40′ 29″ O), de Juan Carlos Arnuncio (2008-2009). Refrenda la buena relación que poseen estas artes con la arquitectura que, como en este caso, llega a derivar en interesantes resultados arquitectónicos. El doble programa música-danza se inscribe dentro de un gran prisma exterior de hormigón, con una dimensión dominante correspondiente al lado largo de su planta; de una longitud algo más del doble que la del corto, y casi once veces su altura.
En esa dirección se distribuye el programa: a ambos lados, los recintos de las dos instituciones arropando el vacío central donde se inscribe el salón de actos común para ambas; y unidas por los servicios, también comunes para los dos centros y situados a largo de los dos lados de mayor dimensión. Todo ello encerrado en ese paralelepípedo. Desde el exterior, las fachadas lineales se ven, de lado a lado, rayadas sutilmente por medio de las cinco líneas horizontales que separan la altura del encofrado del hormigón: imagen que se lee con las proporciones de un pentagrama pero sin notas musicales, mudo.
Mediante esta lectura -no sé si de modo casual- coincidimos con la explicación del arquitecto cuando se refiere al edificio como «introvertido que se presenta mudo al exterior y lo más rico posible en su interior en base al tratamiento de la luz y de la cualidad del espacio».
Si seguimos analizando la metáfora del edilicio -importa poco si fue consciente o no en el desarrollo del proyecto- y examinamos la sección longitudinal (en la dirección de la dirección del figurado «pentagrama»), las tres alas trasversales del conservatorio, se ordenan entre palios de luz intensa reflejada en sus cierres de ladrillo visto pintados de blanco, siguiendo una secuencia alternada ala-patio-ala-patio-ala-patio (éste central que contiene el salón de actos) y sigue en la Escuela de Danza con patio-ala.
Secuencia de crujías que no mantienen constante su relación con el suelo, subiendo y bajando a la cota del sótano dentro de sus cuatro forjados. Ese ritmo de los elementos de arquitectura, variado pero armónico y con el mismo tono blanco de los muros de ladrillo, se descubre en movimiento, como secuencia, al recorrer el edificio a lo largo de las dos galerías que distribuyen los servicios comunes y que conectan todas las alas. Si en el exterior estaba latente un pentagrama en blanco; al interior, las sensaciones visuales de los espacios arquitectónicos que pasan delante de nuestros ojos surgen rítmicamente como notas musicales.
Le Corbusier en su Mensaje (1957) y en relación al recorrido arquitectónico afirmaba que «la sinfonía que, en realidad, se ejecuta, sólo aprehensible a medida que nuestros pasos nos llevan, nos sitúan y nos desplazan, ofreciendo a nuestra vista el paso de los muros o de las perspectivas, lo esperado o lo inesperado de las puertas que descubres el secreto de los nuevos espacios». Leyendo la cita al tiempo de recorrer esta arquitectura, comprobamos cómo Arnuncio ha realizado con estas ideas un bello edificio.
Guardería Municipal de Sotillo de La Adrada (2004-2006), Avila. Arturo Blanco Herrero y Alegría Colón Mur (BmasC arquitectos)
Para ir finalizando, queremos mostrar un edificio que recoge dentro de sus espacios una actividad que une juego con aprendizaje, uno de los primeros de nuestras vidas, una guardería, la Guardería Municipal de Sotillo de La Adrada [18] (40º 17′ 24″ N – 4° 35′ 19″ O) (Avila) obra de Arturo Blanco Herrero y Alegría Colón Mur (BmasC arquitectos), de 2004-2006.
Su estrategia viene condicionada por un entorno muy agredido en los últimos años por nuevas construcciones -como explican los arquitectos- razón que justifica el cierre de la intervención dentro de perímetro cálido en sus formas curvadas en sus dos esquinas, y gracias a la madera de pino como material que reviste el muro de cierre, al modo como había sido empleado tradicionalmente en la arquitectura del valle del fletar.
Al interior, y aun siendo de muy poca superficie, crea un mundo a escala de los niños mediante pasillos como calles de luz, y patios entre las salas de juego y servicios. Las dimensiones de los usuarios también influyen en la definición formal de las salas de juego, mostradas como dos casitas «de juguete» con cubierta a un agua y su interior pintado con colores.
Para, al exterior, ofrecer de modo claro esa lectura de «pequeñas arquitecturas», se ha recurrido a recubrir las aulas con piezas cerámicas de barro cocido colocadas al trebolillo que se unifican con la teja plana de su cubierta, y convierten ese edificio en un lugar que contiene los elementos necesarios para avivar la imaginación de los niños.
Centro CRA «San Miguel Arcángel», Quintanilla-Escalada (Burgos). José Mª Alba, Carlos Miranda y Jesús García (A3GM arquitectos)
La obra es Premio de Arquitectura Castilla y León en la séptima edición, compartido con el colegio de Quintanilla-Escalada (Burgos), el Centro CRA «San Miguel Arcángel» [19] (40° 48′ 35″ N – 3° 46′ 68″ O), obra de José Mª Alba, Carlos Miranda y Jesús García (A3GM arquitectos). La estrategia del proyecto tiene condiciones parecidas a la anterior, pero como respuesta a planteamientos diferentes. En este caso, sus tres unidades están enlazadas mediante un espacio común quebrado que cierra el edificio, pero se individualizan hacia el patio con una geometría casi cuadrada. Muros revocados con cubierta a un agua que por medio de un mecanismo geométrico se separarlas variando su orientación.
Un propósito muy claro, el de integrarse en «un conjunto urbano disgregado y de volumetría menuda», en sus palabras, que es todo un ejemplo de arquitectura «silenciosa» -como a mí me gusta llamar- que sabe responder a condiciones modernas pero, a su vez, respetar el lugar.